miércoles, 28 de octubre de 2009

Primera historia

La primera historia, como no podía ser de otra manera, me la contó mi abuela. Este relato nos traslada a finales de los años 20, o a los primeros años de la década de los 30, cuando ella vivía en una caseta de ferroviarios, en la provincia de Zamora.

Para los que no conozcan cómo estaba organizado el servicio ferroviario por aquellos entonces, han de saber que las casillas donde vivían los operarios de RENFE se encontraban al borde mismo de las vías del tren, aisladas, muchas veces en parajes agrestes, y distantes entre ellas varios kilómetros, en la mayoría de las ocasiones a mucha distancia de cualquier núcleo de población. En este contexto, es fácil adivinar los lazos de unión que surgían entre los ferroviarios de una de estas casetas, y los de la siguiente y la anterior de la misma línea de tren.

Pues bien, mi abuela vivía en una de estas casillas a la altura del pueblo de Santibáñez, y tenía una relación muy estrecha con sus vecinos de línea, el tipo de lazos sinceros que sólo la necesidad y la honestidad de la gente de aquellos años era capaz de forjar.

El hecho es que un día a estas personas empezaron a ocurrirles sucesos extraños en su casa. El más llamativo de ellos consistía en que, en ciertas ocasiones, los objetos de su ajuar sufrían un proceso de inflamación no inducida, de modo que, en las circunstancias más normales de una casa, mientras los inquilinos comían o estaban dormidos, había objetos que incomprensiblemente se envolvían en llamas, sin que llegara a averiguarse la causa.

Los días pasaron, y como quiera que el extraño fenómeno no remitía, la familia de ferroviarios pidió el traslado de aquella casilla, debido al temor a que aquellos fuegos inexplicables pudieran llegar a causarles algún tipo de daños.

En poco tiempo consiguió el operario de aquella casilla que se le destinase a otro lugar. Cuando llegó la noticia, esta familia sintió un gran alivio y, al cabo de pocos días, comenzaron a preparar la mudanza. Al final llegó el día tan ansiado de la marcha y, junto con otros compañeros de RENFE, dieron el adios a aquella casa en la que tan mal lo habían pasado. Entonces sucedió algo inaudito: en presencia de todos, el carromato donde habían cargado todos los objetos personales, se vio repentinamente, y sin que mediara actuación humana alguna, envuelto en llamas, perdiéndose irremisiblemente los escasos bienes de la familia.

Cuando mi abuela me contó esto, yo no podía creerlo. Era muy pequeño, y nunca había oído hablar de nada parecido. Sin embargo, pasado el tiempo, llegó a mis manos la narración de unos hechos similares ocurridos en Laroya, un pequeño poblado de Almería, cerca de Macael unos años después, por la década de los 40. Allí, los vecinos de los caseríos de la zona, pasaron noches verdaderamente infernales apagando fuegos que parecían salir de ninguna parte, mediando en esta historia informes de la Guardia Civil, noticias en la prensa, etc. Parece ser que los sucesos llegaron incluso a Franco, quien ordenó una investigación del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), la cual, al no encontrar evidencia empírica de la causa de los fuegos, fue retirada del lugar de los hechos, y el asunto silenciado hasta que las luminarias desaparecieron con el tiempo.

Lo más asombroso de esta historia es que una mujer sin lecturas ni conocimientos, como era mi abuela, me hablara de un claro suceso de combustión espontánea, sin haber sido sugestionada por el hecho de tener noticia de este fenómeno con anterioridad.

Espero que os haya gustado el relato y confío en que pronto este blog se enriquezca con las aportaciones de más miembros.

Un saludo

2 comentarios:

  1. Apasionante relato. Tambien me gusta mucho este mundo misterioso.
    Gracias Alvaro

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  2. bonita historia ,soy un apasionado de estos temas , estaremos en contacto , un saludo

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